Siempre tuve el sueño de ser multimillonario y comprar todo Comala. Comprarlo para protegerlo y evitar que eso que llaman “desarrollo” (que casi siempre se reduce a destrucción y concreto) llegue allí.
He visto la destrucción de mi lugar favorito: una brecha que nacía en Nogueras y terminaba en Carrizalillos. Un lugar de paz. Un lugar por el que solo transitaban comuneros, gente local a la que no puedes no saludar.
Ay, ¡Cómo extraño mi caminito arbolado! Allí a donde llevé amores y amores imposibles, a donde fui a veces con amigos, y más veces solo.
Si no la hubieran matado, esa brecha podría contarles de mi juventud, de las veces que hice el amor y de las que sólo tuve sexo. De las veces que tomé y disfruté, de las que reí y lloré. De las veces que sólo me bajé a tomar un respiro y a reflexionar entre sus árboles. Pero la mataron. La ahogaron con una asquerosa capa de asfalto, y la convirtieron en una “civilizada” entrada al pueblo de Nogueras, en un caminito que conecta a un libramiento de esos que hacen los trayectos más cortos pero el mundo más feo. Una carretera que sustituyó a una parcela en donde había un cebú. Hoy sólo hay imbéciles haciendo ejercicio y tomándose fotos. Y mi brecha sigue ahí: muerta, pero viva en mis recuerdos.