No podemos avanzar como humanidad si después de esta pandemia no aprendemos y hacemos cambios de fondo: mundiales, nacionales, individuales. Políticos, económicos, personales.
Ha quedado claro que, la prioridad para los gobiernos, no debe ser la economía ni la educación, sino -siempre- la salud. Escuchaba que en Singapur, después del SARS en el 2003, aprendieron, y cada año hacen simulaciones para atender brotes epidémicos. Hicieron inversiones en infraestructura, logística, educación e inteligencia para poder responder con prontitud ante situaciones como la que hoy estamos pasando.
Desde el próximo año, se deben reasignar recursos para asegurar los servicios de salud a toda la sociedad. Ha llegado el momento de que México separe la salud del empleo, aunque eso signifique pagar más impuestos. En finanzas personales, se recomienda tener un fondo de emergencia que te permita vivir de tres a seis meses con tus gastos mínimos. ¿Por qué no hacer lo mismo con los servicios de salud? Que cada secretaría, instituto y dependencia del área de la salud, tenga los recursos, insumos, medicinas y equipo para operar algunos meses de forma autónoma. Estamos a años luz de eso, pero si esto no nos cambia, ¿Qué lo hará?
Es momento de invertir en investigación y desarrollo. Señaló el subsecretario López Gatell que encontraron siete prototipos de ventiladores desarrollados en México. Como urgen, muy probablemente sí vean la luz, pero de ahora en adelante, debería ser prioritario investigar y desarrollar tecnología para la salud en México.
Así como hay un FONDEN, para desastres naturales (aunque una pandemia calificaría como uno), debería haber un fondo para epidemias, y para cualquier otra amenaza nacional.
Pero los riesgos no sólo son de otra epidemia. Enfocarnos en que va a suceder algo igual en unos años, sería miope. Debemos estar preparados para cualquier otra situación mundial o nacional que pueda suceder: una guerra, una crisis energética, o qué sé yo.
Cuando los días del desabasto de gasolina, me enteré que sólo tenemos autonomía energética para tres días, cuando un país de primer mundo tiene para un mes. Es decir, Tener a Pemex no nos sirve ni siquiera para almacenar combustibles. No hay la infraestructura de almacenamiento suficiente.
¿O qué pasaría ante una guerra? ¿Cómo están los servicios de almacenamiento y distribución de agua potable? ¿Cómo estamos en servicios de electricidad y comunicación? ¿Qué pasaría si Estados Unidos, ante una guerra, decide cerrarnos Internet?
La recuperación será lenta y larga. Las prioridades para México, y el mundo, deberán cambiar no solo durante la epidemia, sino después de la misma.