Disculpe la tardanza. No hay pretexto alguno, sólo que quise salir tarde. No se preocupe, estamos en tiempo. Supongo que después de una experiencia de guerra, el sentido de la vida cambia. No hay pretexto alguno, repito. Entiendo. Comencemos con las preguntas, que son pocas pero poco concretas. Durante su periodo de cobertura, ¿en algún momento cambió su visión del conflicto? Como sabe, para cubrir un evento de esta naturaleza, hay que ir registrado con el respaldo de un bando. Eso no me permite cambiar mi idea al respecto. Es más, innegablemente uno transmite la visión de su lado. Es como cubrir un partido de futbol gracias a la directiva de uno de los equipos, viviendo y conviviendo con los jugadores del mismo. Termina uno siendo parte. ¿Qué es lo peor de vivir su experiencia? Saber que la vida de todos está arruinada. ¿Incluso la suya? Por supuesto. ¿Lo más difícil que le tocó hacer? Acostumbrarme a no tener las comodidades diarias. ¿Eso es lo más difícil? Sí. La guerra no es difícil. La guerra va de recibir órdenes y ejecutarlas. En donde los artilleros no son lo último del escalafón. Somos nosotros. ¿Entonces qué es lo difícil? Difícil amar. A ver, entremos un poco en el tema, ¿En qué se comparan el amor y la guerra? La velocidad a la que mueres. ¿Por qué dice que difícil es amar? ¿Qué es lo peor que ha hecho a la persona que ama? Serle desleal. Eso no te mata. Oh, claro que sí. Pero en estos momentos estoy hablando con usted. Yo no soy la misma persona que fue desleal ¿Y qué se hace? Se aprende. Entiendo. ¿Qué es lo más difícil que ha hecho por la persona que ama? Alejarme de ella. ¿Por su propia decisión? Es indiferente. En el mismo sentido, ¿Qué es lo más hermoso que ha hecho por la persona que ama? Amar a sus hijos. ¿Algo que haya hecho en el amor y durante la guerra? Pensar en ella. ¿Hay tiempo para eso? Parece que no sabe de amor. Tal vez, ¿pero esto tiene qué ver con la guerra? No veo la relación. En cómo y por qué das la vida. Bueno, la guerra no le quitó la vida. La guerra.
Mi 2022
Escribir sobre este año es algo especial. Lo hago justo en estos días que he sentido mucha alegría sin motivo aparente. Recuerdo lo que fue el año y sonrío. Recapitulo todo lo vivido y me siento orgulloso. Fue un año de abrir muchos ciclos que más tarde se cerraron. Y la sonrisa nace cuando nacen los recuerdos de esos inicios, y la nostalgia crece cuando surgen las imágenes de esos cierres. Hablo de ciclos porque a la gente le gusta hablar de ellos, pero creo que la vida no debería interpretarse así, en la realidad, nadie regresa al mismo punto.
Recuerdo el estrés de principio de año con un cambio de vida completo en puerta: con un cambio de ciudad, de la que ya me regresé, con el arranque de un negocio que ya no existe, con el inicio de una vida en pareja con quien ya no estoy, con el comenzar a vivir con unos niños con los que ya no vivo. Recuerdo también la tristeza por haber perdido a Mocoso, el perro más fiel, quien dejó de cuidarme las primeras semanas del año, y no me pudo acompañar en mi cambio de vida.
Me quedo con la experiencia de la cafetería, con haber sido unos meses “el señor de la tiendita”, con el estrés del negocio, con lo divertido de interactuar con los alumnos y con lo desesperante de interactuar con sus papás. Me quedo con la emoción de llegar a una casa para comenzar una vida en pareja y con la frustración de no haber podido hacerlo funcionar. Me quedo con el cariño de Isa y el amor de Niquito. El alejarme de ellos es sin duda lo que más difícil se me ha hecho y lo que más trabajo me ha costado superar este año. Nunca imaginé que el amor a los entenados pudiera ser tan fuerte. Es como el amor a mi sobrino: no es mi hijo pero daría la vida por él. Lo mismo.
Me quedo con haber acompañado a mi tía Enriqueta en los últimos días de su vida, y con el cariño de las madres quienes le acompañaron toda su vida. Ese mes fue sin duda el más gratificante del año.
Reconozco mis errores, que fueron muchos. Agradezco el apoyo de mis amigos en los momentos difíciles, que también fueron muchos. Especialmente a Manuel, Ale y Bere.
Gracias Dios por darles otro año de vida, y con salud, a mis padres. Gracias por el trabajo y porque lo económico va bien. Gracias por hacerme la persona que soy. Sé que escuchas mis oraciones cada día.
Recuerdo el 2022 y sonrío.
¡Feliz 2023!
Madre Corazón

Madre Corazón, es como la conocieron muchos desde su época en las adoratrices. A mí me tocó ya como Madre Maciel, con su hábito azul, y ya siendo misionera de la Eucaristía. Como una maestra respetada y estricta, que enseñaba con firmeza y disciplina, la conocieron miles de colimenses. Como mi tía Enriqueta, platicadora y cariñosa, la conocí yo.
Maestra de miles de niños. Maestra de apostolado: laicos, presbíteros o consagrados. Maestra de maestros. Literata entregada a la docencia. A mis 10 años, no sabía lo privilegiado que era de que la madre Maciel fuera quien me preparara para la comunión, pero a finales de mis 20’s, sí sabía que esas ocasionales lecciones bíblicas privadas eran un privilegio. Por eso disfruté cada una de ellas.
Era mi tía Enriqueta, hermana de mi abuela paterna, mi única familia en Colima más allá de la familia nuclear. No sólo eso, fue por quien mi familia llegó a aquí. Para muchos, es cotidiano vivir y convivir con sus abuelos, tíos y primos cualquier día de la semana, para mis hermanos y para mí, no. En Colima, estuvo siempre mi tía y nadie más.
Estará en desacuerdo mi familia, pero mi tía Enriqueta no era de Chavinda. Nacer en Michoacán sólo fue un hecho circunstancial en su vida. Ella fue más colimense que los que nacimos aquí. En Colima está su legado, su huella, las calles que caminó décadas.
De mi infancia, recuerdo visitarle con mis papás en el convento de Aldama, o el llegar a saludarla “de rápido” al pasar por ahí. Recuerdo sus regalos para mi hermana y para mí: jamoncillos de leche, garapiñados, dulces de tamarindo, etc. Todo preparado por las mismas madres. Recuerdo también, lo bonito que sentía de niño, cuando a lo lejos, y casi siempre desde el carro que manejaba mi mamá, la encontraba caminando, siempre muy erguida, por alguna de las calles del centro.

Fue ya en Casa Nazareth donde me hice más cercano a ella. En donde aprendí, platiqué, escuché. Recuerdo sus pláticas, muchas veces de familia que nunca he conocido, o de personas de aquí, que ella daba por hecho yo ubicaba. La realidad es que sería alguien muy popular si llegara a conocer el 10% de las personas que ella conoció y sobre todo, que la conocieron y respetaron.
Afortunado fui, que con toda mi ignorancia, tuve la oportunidad de enseñarle algunas cosas, de poder decir, como pocos, el haber sido su maestro, por mínimo que fuera, y de maravillarme, en cada explicación, con su capacidad de aprendizaje en sus avanzados 80´s y 90’s. ¿Cómo no sorprenderse de verle escribir en su laptop la preparación de sus círculos bíblicos? esos que daba los miércoles. Sorprendente verle enviar sus archivos de Word por correo electrónico, para después guardarlos en su USB, con la facilidad que lo haría cualquier persona muchas décadas más joven. Siempre recordaré cómo con más de 90 años, me enviaba audios de Whatsapp pidiéndome que fuera. Cómo aprendió a buscar la misa del día y la vida de diferentes santos en Youtube.
Recuerdo el día que me la robé unas horas, y sin avisarle previamente, la llevé a tomarnos unas fotos con un amigo. Las fotos que están en este post.
No le va a gustar a mi hermana ni a mi papá esto, pero sé que fui su sobrino consentido. Tal vez por eso, era mi tía Enriqueta la única persona que no quería decepcionar (a mis papás los he decepcionado tanto, que ya están acostumbrados), por eso nunca le mostré mis tatuajes, o le conté el hecho de vivir en pareja (dos veces) sin estar casado. Y cosas peores.
Los regalos de su parte nunca pararon: siempre hubo mangos para llevar a casa, o a veces los mismos regalos que a ella le daban. A veces un rosario o una Biblia (la Biblia que tengo en casa, justamente me la regaló ella hace unos 10 años). De mi parte, fueron pocos regalos, pero me quedo con el día que le regalé una lamparita de mesa y una lupa tipo regla. Recuerdo su alegría. Recuerdo cómo cargaba para todos lados su lupa, con la emoción de una niña con un juguete nuevo. Esa sonrisa tal vez sólo se la volví a ver cuando veía a Mateo, mi sobrino (hijo de mi hermana).
Desde hace muchos años, tuve un sentimiento de que cada despedida podía ser la última. Que el verla a lo lejos, en la entrada de la casa, despidiéndome mientras salía en el carro, podía ser la última vez.
Muchas veces, cuando una persona parte, quedan culpas y hubieras. Con mi tía no es así. No tengo un solo sentimiento de algo que me hubiera hecho falta. Así deberían ser todas las despedidas.
Me quedo con el esplendor de muchos recuerdos, como la emoción que le vi el día que, después de un año de pandemia, pude visitarle y saludarle a lo lejos. Me quedo con el último día que la vi sana (tres o cuatro semanas antes de su hospitalización) que me dejó ese inolvidable rato en que jugamos lotería, pero sobre todo, me quedo con su despedida, ya en los últimos días de su agonía, que sacando energía no sé de dónde, tomó mi mano y me dio un beso.
Descansa en paz, tía.
Conspiraciones
Son pocas las teorías de conspiración que me hacen sentido, sin embargo, hay una en la que sí creo: en el control poblacional. No sé si tan oscura para llamarla “Nuevo Orden Mundial” o tan superficial para que solo se trate de una sociedad menos compleja y problemática, pero si revisamos la lista de temas, ahora llamados “progresistas” o “Woke”, la mayoría van encaminados a ello: Desde el aborto y la homosexualidad, hasta las nuevas modas que promueven una vida solitaria “porque estamos completos”, siendo esta moda antinatura, ya que el humano, por naturaleza, es un ser gregario.
No afirmo estar en desacuerdo, porque sí creo que las sociedades chicas viven mejor, y también que le estamos metiendo mucha presión al planeta, sin embargo, sí me da curiosidad ver cómo todas las tendencias sociales ideológicas van encaminadas a ello.
Ansiedades
Leyó cual desesperado. Tenía prisa de absorber todo lo que pudiera. Recordó aquel momento, el más fuerte de su vida, que tomó alcohol para absorberse de la realidad; como si cada trago le diera resignación. Esta vez era diferente: No había terceros, cuartos, quintos. Era él solo y su prisa contra no sabía qué. Estaba consciente de cada palabra y de cada sensación producida. ¿Qué le decían? Solo él sabía, ¿Por qué la prisa? No lo sabía, pero había que aprovechar cada minuto. Sabía que pronto lo necesitaría.
Adiós, Mocoso.
Siempre imaginé el día en que tú y yo viviríamos solos. No es que quisiera que Dolly se fuera antes, es que la edad daba a entender que así sucedería. Si me hubieran dicho hace una semana que hoy ya no estarías aquí, no hubiera encontrado motivo. Fuiste un gran luchador desde cachorro: venciste la calle, venciste la anemia y el hambre, la sed, venciste el moquillo. Viviste con marcas de ese difícil pasado. Tu cabecita brincando al dormir como recordatorio de que no eras cualquier perro, eras uno que venció al moquillo. Tu miedo al agua y la lluvia como evidencia de tu supervivencia en la calle. Llegaste a mí gracias al hambre de sobrevivir aquel domingo que te vio mi hermano. Fueron más de siete años a tu lado: me habían advertido que máximo me durarías cuatro años. Nunca olvidaré aquella vez que me diste la patita cuando ya te ibas a ir en adopción e hiciste que me retractara.
Nunca entendí cómo siendo tan bravo con otros perros, eras un perro tan noble con las personas, fueran adultos o niños. Te ganaste el cariño de mi familia y de mis amigos.Fuiste mi guardián en todos los sentidos: siempre cuidando la casa, siempre al pendiente de si en las noches me despertaba, pero lo que más te agradezco es tu compañía en la época más difícil de mi vida. Tu cercanía y cariño cada que me escuchabas llorar mientras atravesaba aquella depresión de la que fuiste testigo.
Hoy tu partida me duele. Como consuelo, sólo tengo el haber hecho lo mejor que pude para cuidarte, el que siempre prometí que estaría ahí hasta el último momento, valor que me faltó en otras situaciones, pero que cumplí contigo. Me queda claro que tu misión a mi lado terminó. Que no tienes más que cuidarme. Gracias por todo, mi gordo.
Mi 2021
Hace un año esperaba un año muy soso. Una continuación de la parte aburrida del 2020. No fue así.
La pandemia continuó, las vacunas llegaron. Mi madre enfermó y gracias a Dios se recuperó.
En lo económico, se perdió casi todo a principio de año. Gracias a Dios nada faltó y la recuperación ha ido llegando.
Perdí unos kilos, y gané un tatuaje. Extraño tomar Coca.
Comencé una relación de la forma más extraña con una mujer increíble, una mujer que amo y admiro.
Como cada año, agradezco a Dios permitirme otro año de vida con mis padres vivos y sanos (a pesar del susto por COVID). Esto me hace recordar a mi amigo Gil quien perdió a su mamá, quien siempre me trató de forma excelente. Te mando un abrazo, mi Trapiche.
Para el 2022 no pido nada, no espero nada. “¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes” Crear expectativas de un año es muy absurdo.
Un abrazo para ti que me lees. Que Dios te bendiga. Te lo repito: que Dios te bendiga.
Feliz 2022.
Recomenzar el proceso

Han pasado muchos años desde que comencé con la idea de Wisib. Recuerdo que en aquella época, estaba muy metido en cuestiones de minimalismo a manera de contrarrestrar mi tendencia acumuladora.
Releo y recuerdo muchos procesos de depuración que en varios sentidos que me hicieron mejorar en su momento. Hoy decido hacerlo de nuevo. A ver cómo me va.
Eso incluye volver a escribir, ocasionalmente en este blog.
Vi a mi abuelo
Venía manejando hacia mi casa y vi a mi abuelo. Lo vi en la forma de otro señor que, con su sombrero, estaba sentado afuera de una tienda de abarrotes. Le vi esa posición de quien lleva una vida en la que sus peores tormentas ya quedaron atrás; en la que disfrutas el pasar de la gente, pero sobre todo, del tiempo. Esa calma que te dice que para concluir la vida, solo hace falta esperar la muerte.
Es José Peña a quien más recuerdo de los padres de mis padres. Fue su muerte la que me dio menos pesar de mis cuatro abuelos. Será que nunca he sentido que se ha ido, que me sigo imaginando, 17 años después, que está sentado en una banca del jardín de Chavinda.
No sólo le recuerdo al verme la panza, la papada o las entradas que me recuerdan la posibilidad de quedar pelón como él. Lo recuerdo al imaginarlo platicar con algún amigo, esperando que lo sorprendamos con nuestra visita. Algún día nos reencontraremos, abuelo.
Mi 2020
Recuerdo que en el año 2000 (yo con 15 años) leí un reporte / programa (de esos con buenas intenciones que hacen respecto al desarrollo de los países) que se llamaba “Plan 2020”. Desde esa vez, tuve un poco de fijación con saber qué ocurriría diferente este año. Algo me decía que sería un año diferente, uno de cambio para bien. Todavía no sé si me equivoqué.
Desde que nací, me han tocado vivir tres años que definen la historia de la humanidad: 1989, 2001, y ahora, 2020. El primero no lo recuerdo (tenía 4 años), el segundo fue impactante, y el último fue muy extraño. Y en realidad no encuentro mejor palabra para definir a este año: Extraño.
Extraño porque nos tocó vivir situaciones de ciencia ficción apocalíptica que hemos ido normalizando: todos con cubrebocas, muchos con caretas, los trajes de EPP en instalaciones médicas. Esa rara sensación de ir al super y escuchar advertencias por el altavoz pidiendo separación, prohibiendo el acceso a niños y ancianos, pidiendo no tocar innecesariamente los artículos. El temor de que alguien se te acerque hablando sin cubrebocas. Es bonito y temeroso vivir la historia en carne propia.
Y puede sonar egoísta porque en mi familia no hay ninguno de los casi 2 millones de personas que han muerto por la pandemia, pero dentro del caos, puedo decir que este año me ha encantado. Encontré cierta belleza en el distanciamiento, en los cubrebocas, en la higienización extrema de lugares, en la incertidumbre.
Nunca olvidaremos los nombres “Coronavirus”, “SARS COV-2”, “COVID-19”, como las causas que por vez primera paralizaron a la humanidad, provocando miedo, pobreza, problemas, pero también reencuentros, reflexiones, respiros.
Agradezco especialmente esta vez, el comenzar un año más con mis padres presentes.
Debo admitir que, a pesar de las dificultades económicas, en el fondo, voy a extrañar lo diferente de este año. También reconozco que me da algo de pereza comenzar un año que probablemente sea soso. A ratitos ya quiero que sea 2022. Sin embargo, pido a Dios que, si va a ser aburrido, sea benéfico para la humanidad. A veces, comenzar las cosas sin muchas expectativas es lo mejor. Que así sea el 2021.
Un abrazo a ti que me lees.
Jesús Cuevas Peña.