Ayer conmovió al mundo el ver, tirado en la playa, el cuerpo de un niño de dos años llamado Aylan Kurdi. Desafortunadamente, los humanos necesitamos (siempre) de un gatillo que dispare la conmoción colectiva para disponernos a actuar, aunque sepamos que existen problemas milenarios que deben ser atendidos.
Me puse a pensar en cuántos Aylan Kurdi’s habrán quedado entre la frontera de México y Estados Unidos, ¿Cuántos quedaron acostaditos en el desierto o la sierra? ¿Cuántos terminaron flotando en el Río Bravo? ¿Cuántos Alan Kurdi’s anónimos habrán quedado a lo largo de la ruta que viene desde Centroamérica y atraviesa todo nuestro país?
La humanidad está enferma y distraída, por eso, la mejor forma de honrar a Aylan Kurdi y a los millones de refugiados y migrantes del planeta, será protegiéndolos y salvaguardando las vidas de cada migrante que no siempre busca vivir mejor, sino simplemente sobrevivir.