
La felicidad no es un destino, es un estado, y por lo tanto, contrario a muchos argumentos, sí se debe alcanzar.
Platicaba con mi madre acerca de la relación entre el dinero y la felicidad. Le platicaba que hace tiempo escuché que, a mayor riqueza, más felicidad, pero que a mayor pobreza… más felicidad también. Es decir, los de la clase media somos los que, bajo esa hipótesis, estamos jodidos.
Hace algunos años, le pregunté al empresario (y millonario) Martin Varsavsky, si ahora que era rico (él surgió de la clase media), era más feliz, y su respuesta fue matizada: “la riqueza no está relacionada con la felicidad, pero ahora tengo menos preocupaciones que cuando no la tenía”. Respuesta que, para mí, fue algo contradictoria.
Existe un índice de felicidad llamado Felicidad Interna Bruta (FIB), el cual, supuestamente mide la felicidad de los países obteniendo la información de un cuestionario que abarca, desde cuestiones de salud física y psicológica, hasta cuestiones culturales y educativas. Tal vez ese índice y su metodología, sean un buen punto de arranque para intentar medir algo teóricamente inmensurable, aunque si yo tuviera que realizar la tarea de medir algo de esa naturaleza, me enfocaría en dos aspectos de las personas:
-Qué afectación tiene su vida por consecuencia del estrés.
-Qué afectación tiene su vida por consecuencia de depresiones, y la frecuencia de estas.
Y aunque dice Horacio Marchand que lo contrario a depresión, no es felicidad, sino vitalidad, creo que, la falta de esa vitalidad, no te permitirá alcanzar un estado de felicidad.
Retomando la hipótesis de que a mayor riqueza, mayor felicidad, pero también a mayor pobreza, aunque no soy experto en estadística ni en la visualización de datos, vendría siendo algo así:

Ya mencioné que la felicidad es algo muy difícil de medir (y ese tema da para ensayos largos), pero en el supuesto de que esa gráfica fuera real (que tampoco digo que no lo sea), tendríamos qué preguntarnos por qué es así, porque, lo lógico sería, que a mayor riqueza, y por lo tanto menor pobreza, mayor felicidad.
Ante esta hipótesis tan vaga, mi explicación se basaría en otra hipótesis igual de vaga, que por supuesto, no considera aspectos psicológicos, físicos y hasta naturales y familiares, que pueden influir en la felicidad de una persona, pero que dice algo así (lo explico con mis palabras):
“La clase media es la única que no está conforme con su posición en la escala social: Aspira a subir a la clase alta, pero teme perder lo que tiene, y por lo tanto, caer a la clase baja.”
En el proceso consecuente de esa característica intrínseca de las clases medias, es donde se da el surgimiento de frustraciones, y a su vez, viciosos temores por la pérdida de oportunidades de obtener la movilidad social deseada, y para asegurar el peldaño social más alto posible para sus descendientes.
La primordial diferencia entre la clase media y la baja, es que, la media, tiene sus necesidades básicas cubiertas -lo que supondría ser una gran ventaja para alcanzar la felicidad -por lo tanto, la única forma de alterar esa gráfica y desechar esa hipótesis, pasa por dos difíciles procesos psicológicos individuales: el no condicionar nuestra felicidad a momentos efímeros de placer que nos otorgan los bienes materiales, y a la aceptación de nuestra realidad actual con todas sus variables.