Venía manejando hacia mi casa y vi a mi abuelo. Lo vi en la forma de otro señor que, con su sombrero, estaba sentado afuera de una tienda de abarrotes. Le vi esa posición de quien lleva una vida en la que sus peores tormentas ya quedaron atrás; en la que disfrutas el pasar de la gente, pero sobre todo, del tiempo. Esa calma que te dice que para concluir la vida, solo hace falta esperar la muerte.
Es José Peña a quien más recuerdo de los padres de mis padres. Fue su muerte la que me dio menos pesar de mis cuatro abuelos. Será que nunca he sentido que se ha ido, que me sigo imaginando, 17 años después, que está sentado en una banca del jardín de Chavinda.
No sólo le recuerdo al verme la panza, la papada o las entradas que me recuerdan la posibilidad de quedar pelón como él. Lo recuerdo al imaginarlo platicar con algún amigo, esperando que lo sorprendamos con nuestra visita. Algún día nos reencontraremos, abuelo.