Hace unos años, el papá de un amigo, me dijo “un día me di cuenta que ya casi no había viejitos, hasta que me percaté que ahora los viejitos somos nosotros”. En realidad, el señor no era viejo, tendría unos 57 años (falleció de 59). Desde ese día, me llegó el miedo de algo que llegará: que ya no haya viejitos; que los viejitos seamos nosotros.
Me explico. No me da miedo envejecer (aunque no me guste), me da miedo pensar que un día, mi generación será la de mayor experiencia y conocimiento del pasado. Que toda las historias y vivencias que sucedieron antes de que los de mi edad estuviéramos aquí, se habrán ido con sus protagonistas, esos ancianos con los que tanto disfruto platicar. Que nuestra generación, débil e insípida, será la de la sabiduría. Que todas las historias y recuerdos de cuando la vida era más simple, se irán con el tiempo. Que no tendré un refugio conversacional con alguien mucho mayor que yo para platicar de cosas no conocí. Qué miedo.