Después de varios días de preparación, ellos salían con una sonrisa directo a aquel paraíso que tanto habían visto en fotos, del que tanto habían escuchado.
La autopista parecía inmejorable, bueno, muy de vez en cuando aparecía un pequeño bache que no representaba ningún problema para la velocidad ni seguridad del vehículo y sus pasajeros. La música no dejaba de sonar, y ellos cantaban juntos; el clima era excepcional, pero no mejor que la emoción, la alegría y el amor que había dentro del carro.
Sin embargo… algo pasó. De repente se perdieron. La estrecha carretera en donde se encontraban en nada se parecía a la autopista por la que viajaban momentos antes. La alegría de hace apenas unos instantes se empezaba a desvanecer. Él, desesperado, usaba todas las herramientas que tenía a su alcance para retomar el camino perdido: mapas, GPS, llamadas, estrellas… Por momentos, creían haber encontrado la salida que los llevaría de regreso por donde viajaban, sin embargo, o sólo mejoraba un tramo, o el camino al que entraban era peor que el anterior. Los momentos de tranquilidad y apoyo eran cada vez menores, él, esperanzado a que rápidamente encontrarían el camino a su destino, llegaba a confundirse y a entorpecer las cosas; ella, desesperanzada y molesta, culpaba a su acompañante del error, evadía cualquier responsabilidad de no saberse el camino; además había olvidado empacar la motivación para el viaje.
El intentar diferentes vías, tomar falsos atajos y la desesperación de no saber qué hacer, los llevó hasta una terracería. La comodidad había quedado muy atrás. El vehículo apenas y podía cruzar los vados y piedras que se presentaban constantemente. Y de repente, algo pasó nuevamente. Todo había acabado; el vehículo ya no andaba. Aquella pendiente había sido demasiado.
Pero por un corto tiempo, la calma llegó. Adentro sólo había suspiros.
Y bajaron del vehículo. No había más que empujar; no había otra opción. Y él empezó a empujar lo más que pudo, y logró mover el vehículo un tramo considerable. Ella empezó a empujar a su lado, la pendiente parecía que iba a ceder. Pero un pozo se presentó y ahí se estancaron nuevamente. Él, agotado, se disponía a empujar una vez más, pero volteó a su lado… ella ya no estaba. Desapareció. Huyó. Él perdió las fuerzas y cayó derrotado, exhausto, manchado de desilusión y rencor, vencido por un desmayo que le llegó por sorpresa.
Quedó tirado -nunca supo cuánto tiempo- pero había llegado el momento de despertar. Ese nuevo abrir de ojos le había hecho recordar las fallas que había cometido, de repente pudo ver todo con una claridad que hasta a él le extrañaba: recordó el punto exacto en donde se perdieron, los caminos erróneos que tomó, las herramientas que no utilizó. Y sonrió. Y se dispuso a levantarse para… ¿Regresar a casa y preparar un nuevo destino? ¿Volver a empujar el vehículo con la certeza de ahora sí saber a dónde y por dónde ir? No lo sabía. Yo tampoco.
(29/06/10)